viernes, 24 de octubre de 2014

El hogar de mis padres

A los 14 años mis padres me enviaron a Gaiman, Chubut, a 600 km de nuestro hogar, para que pudiera cursar 5° y 6° grado. Después, para iniciar el secundario, viví en una pensión en Esquel. Desde aquel primer momento, y hasta hoy la impronta del hogar de mis padres permanece vívida en mí.


Solo, por el mundo insensible 
viajo y lucho en busca de fortuna. 
No riquezas pasajeras y mundanas 
sino perennes. De esas, hay sólo una.

El hogar de mis padres he dejado 
cuando la vida se ofrecía tentadora,
pero el vaivén diario me ha golpeado 
y añoro los momentos de otrora.

El tiempo su andar no retrocede 
y el hogar paterno ya no es el mismo. 
Todo cambia a su compás 
y mi mente es presa del negro pesimismo.

Mis ojos cierro, y lo veo como entonces 
todo lleno de amor, de sol y vida.
El rosal de la ventana a su vera, 
y la cortina por la brisa mecida.

A mi padre, en el sillón dormido 
en un momento de nostalgia veo yo, 
con la Biblia descanso en sus rodillas,
pues domingo es, y su salmo ya leyó.

De la cocina por la puerta abierta 
ciertos timbres de loza ocasional 
lo despiertas de su siesta merecida: 
es mi madre, con el té dominical.

Feliz me siento al ver todo aquello 
y fácil es, con los ojos entornados; 
mas es dura prueba osar abrirlos 
y ver que todo aquello es pasado.

Solo, por el mundo insensible 
viajo y lucho en busca de fortuna, 
mas, ¡inútil! el paterno hogar no existe 
y como ésa, ¡no hay ninguna!

Trevelin, febrero l960


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